Autora: Margaret Atwood. Edita: Salamandra. 412 páginas. Septiembre 2017 (edición original 1985)
“Me gustaría que este relato fuera diferente. Me gustaría que fuera más civilizado. Me gustaría que diera una mejor impresión de mí, si no de persona feliz, al menos más activa, menos vacilante, menos distraída por las banalidades. Me gustaría que tuviera una forma más definida. Me gustaría que fuera acerca del amor, o de realizaciones importantes de la vida, o acerca del ocaso, o de pájaros, temporales o nieve.
Tal vez, en cierto sentido, es una historia acerca de todo esto; pero mientras tanto, hay muchas cosas que se cruzan en el camino, muchos susurros, muchas especulaciones sobre otras personas, muchos cotilleos que no pueden verificarse, muchas palabras no pronunciadas, mucho sigilo y secretos. Y hay mucho tiempo que soportar, un tiempo tan pesado como la comida frita o la niebla espesa; y, repentinamente, estos acontecimientos sangrientos, como explosiones, en unas calles que de otro modo serían decorosas, serenas y sonámbulas.
Lamento que en esta historia haya tanto dolor. Y lamento que sea en fragmentos, como alguien sorprendido entre dos fuegos o destrozado por fuerza. Pero no puedo hacer nada para cambiarlo.”
Así se define a sí mismo, en voz de la protagonista en los últimos capítulos, “El cuento de la criada”. Y es una descripción muy acertada: “El cuento de la criada” es un relato triste, devastador, pero también esclarecedor en muchos sentidos.
Pongámonos en situación: lo que antes era Estados Unidos es ahora la República de Gilead, un Estado totalitario teocrático en el que el patriarcado ha sido llevado a su máxima expresión, suprimiendo todo tipo de libertad de las mujeres y relegándolas, con un sistema de castas, a alguna de las funciones “propias de su género”. Los roles y el control que aún hoy pesan sobre las mujeres, han sido en Gilead llevados al extremo, controlándose todos los aspectos de sus vidas (hasta la vestimenta, que indica su rol social mediante un color determinado) de manera que su existencia se limite a cumplir su deber asignado. Así, las Esposas sirven a sus maridos y a sus hijos, las Marthas se dedican a la limpieza y cuidado del hogar, y las Criadas tienen por único cometido la procreación, en un mundo en el que la fertilidad ha disminuido drásticamente por causas ambientales.
La protagonista, Defred, cuenta su historia como Criada en casa del Comandante que le ha sido asignado (Fred), mientras va recordando en fragmentos intercalados cómo se llegó a aquella situación en tan solo unos pocos años.
Describiendo ese proceso progresivo de supresión de derechos y de maximización del control social, la autora consigue meternos el miedo en el cuerpo, llamarnos a estar alerta aquí y ahora y hacernos ver que Gilead, por muy disparatado que parezca, no lo es tanto. “No nos despertamos cuando masacraron el Congreso. Tampoco cuando culparon a los terroristas y suspendieron la Constitución”, se lamenta Defred, quien se pregunta continuamente cómo empezó todo, cómo pudieron no verlo. El pretexto del terrorismo islámico (con el cual comienza todo en el libro), justifica la represión y el control social, de la misma forma que el pretexto de la violencia contra las mujeres justifica el control total de las vidas de éstas para su supuesta protección. La historia suena demasiado familiar.
Esto no quiere decir que Margaret Atwood creyera en 1984, momento en que se escribió, que la sociedad iba encaminada inexorablemente hacia un totalitarismo semejante. Las distopías, o al menos ésta en concreto, no tratan de adivinar el futuro, sino de mostrar situaciones de opresión que ya existen en el presente (en el de 1984 y en el de 2017) y elevarlas a la máxima potencia. Como la propia Margaret indica en el prólogo a la edición de Salamandra, no está inventando nada, todo lo que relata está inspirando en la realidad que le ha tocado vivir: el muro de Berlín (donde ella vivía en aquel momento), el espionaje y la cautela en los países del bloque oriental, el puritanismo aún presente en la América moderna, la contaminación y devastación ambiental que condicionan cada vez más la demografía y la economía, etc. En cuanto al control de las mujeres, su discriminación del conocimiento y las esferas de poder y su relegación al ámbito doméstico y reproductivo… bueno, lamentablemente no hace falta recurrir a ejemplos.
Por todo ello, “El cuento de la criada” es una lectura dura pero obligada, sin nada que envidiar a otras novelas distópicas clásicas como “1984” o “Un mundo feliz” a pesar de no haber alcanzado la fama de las anteriores (ambas casualmente ¿o no? escritas y protagonizadas por hombres).